
Y aún así, mientras el castillo dejaba de ser rosa para volverse gris, algunos locos seguían diciendo que el castillo y su reina seguían valiendo lo mismo aunque todo pareciera ennegrecerse. Fue como una maldición. Y la reina, ya maldita por el conjuro seguía prometiendo que ella era la misma, pero fue una mentira que se le echó a la cara. Paradójico ya que siempre todo fue perfecto. Otro siempre que se queda en nada, como no. Y los aldeanos se iban del castillo, ya no tenían protección ya que su reina más que reina era bruja. Y antes de quemarla en la hoguera ella pidió una última oportunidad, porque, convencida de que se acordaba de quién era aunque vistiera de negro y volara en escoba, sabía que podría volver. Y la encerraron en la más alta habitación de la más alta torre y desde allí volvería y saldría de la torre con su vestido rosa y dorado a su reino verde y meravilloso,y los aldeanos volverían porque los bosque volvían a crecer cada vez más altos y verdes. Pero la bruja sigue encerrada en la más alta habitación de la más alta torre, no espera príncipes, se espera a sí misma. Porque sí es verdad que hubo luz dentro de ella brillaría, porque la luz, porque mu tenue que sea, brilla en la más absoluta oscuridad, que era donde se encontraba ella.
Y en este cuento no hay malos ni buenos, príncipes azules ni sapos. Sólo lo que fue de una reina a la que la vida cambió, y volverá más, y mejor.
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